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lunes, diciembre 23, 2013

¿EL PAPA ES SOCIALISTA?





Francisco ha conmovido a millones por su humildad y compromiso con los pobres, beneficiando enormemente la imagen de la Iglesia. ¿Podrá llevar a cabo su radical proyecto pese a la clerecía vaticana?

“Es nada menos que un milagro”, afirma don Franco Ottonelli, admirando su flamante y moderno complejo de apartamentos para inmigrantes y desamparados cerca del corazón de Acqui Terme, población del noroeste italiano. Los 26 apartamentos, el herboso patio y el comedor asistencial fueron construidos con fondos de la iglesia local y el consejo ciudadano.

Y ciertamente podría calificarse de “milagrosa” la colaboración de sacerdotes católicos con políticos locales, pues la Iglesia romana actúa con tremenda parsimonia y la abrumadora burocracia italiana es capaz de paralizar al político más emprendedor. Sin embargo, para Ottonelli, quien trabajó durante 10 años en su proyecto, el milagro no fue esa colaboración, sino la participación de una feligresía que lo detenía en la calle para brindarle ayuda.

“En más de 35 años como párroco, jamás he visto algo parecido”, asegura. “Se acercaban a decirme: ‘El papa Francisco ha pedido que hagamos algo para ayudar a los pobres. ¿Qué puedo hacer?’”.

En febrero pasado, Benedicto XVI sacudió a la Iglesia Católica convirtiéndose en el primer pontífice que renunció al trono de San Pedro en los últimos siete siglos, mas el sobresalto cedió rápidamente cuando su sucesor, Francisco, el primer papa latinoamericano, cautivó al mundo revelándose como un hombre muy distinto de sus predecesores inmediatos.

Humilde y modesto, visiblemente incómodo con la pompa del Vaticano y la suntuosidad de un despacho papal que evocaba el temor reverencial y la autoridad del papado, sus primeros actos demostraron que sería un líder como ningún otro.

Al adoptar el nombre de Francisco de Asís, santo del siglo XIII, declaró una intención que jamás papa alguno osó considerar: renunciar a la fortuna y el privilegio para vivir con humildad entre los pobres.

La interrogante que formulan dos mil millones de cristianos y muchos no creyentes del mundo entero, tratando de entender al nuevo dirigente de mil millones de católicos, es muy simple: ¿El papa es socialista?

En vez de ocupar los suntuosos apartamentos papales, Francisco ha decidido vivir en una modesta casa de huéspedes adyacente al Palacio Apostólico; prescinde rutinariamente de la carroza y la seguridad papal; carga su propio equipaje; y habla por teléfono con los católicos comunes que le piden ayuda. Y además, sale de noche para alimentar a los pobres.

Hasta la prensa seglar, la más feroz de los críticos tradicionales de la Iglesia, parece extasiada con el pontífice de 76 años. “Los funcionarios de prensa del Vaticano están impresionados”, comenta monseñor Anthony Figueiredo, del Colegio Pontificio Norteamericano del Vaticano. “Estaban acostumbrados a lanzar un ataque semanal contra Benedicto XVI, pero su actitud ha cambiado. Francisco es tan popular, que un vocero de CBS afirma que, cada pocos días, su cadena presenta una noticia sobre él”.

El izquierdista Guardian, que habitualmente cubre de oprobio al Vaticano por su mal manejo del escándalo sacerdotal de pedofilia, celebró a Francisco como el nuevo rostro de los liberales –literalmente. El propio Jonathan Freedland afirmó que los estudiantes del mañana adornarán sus habitaciones con carteles de Francisco en vez del “Che” Guevara y la revista Time lo designó Personaje del Año.

Luego de una década de ver a su Iglesia acusada de abuso infantil y lavado de dinero, los católicos se regocijan de la buena voluntad que los actos y pensamientos de su nuevo líder están generando. George Pitcher, ex asesor del arzobispo de Canterbury, comenta: “Francisco está modificando la percepción mundial de la cristiandad”.

Para muchos estadounidenses conservadores –convencidos de que el socialismo comienza con la iluminación de las calles-, la cuestión de que el Papa sea o no socialista es debatible y antes de sumarse a los coros de alabanzas, tienen que saber de qué lado está el pontífice.

Es absurdo pensar que Francisco sea un verdadero socialista, pues los seguidores de esa doctrina opinan que el estado debe tomar el control de los niveles más encumbrados de la economía, y que el mercado libre ha de sustituirse por una economía de demanda que produzca bienes solo respondiendo a las necesidades y con precios fijos para asegurar la equidad.

Por lo pronto, nada de lo que el papa ha dicho o hecho hasta ahora sugiere, por un instante, que sea un radical peligroso ni que abrigue, secretamente, ideas socialistas.

Sin embargo, si escuchamos sus declaraciones y observamos sus actos, descubriremos un pontífice que reprende al materialismo imperante con mucha más dureza que cualquier otro papa del que se tenga memoria. Y aunque se muestra conservador en materia de doctrina, es innegable que no le teme al cambio.

El 10 de septiembre, Francisco se trasladó al corazón de Roma para visitar la organización jesuita para refugiados conocida como Centro Astalli, donde se entrevistó con Adam, soldado de 33 años originario de Darfur, y Carol, una maestra que escapó de Siria el verano pasado. El papa los escuchó describir las vicisitudes del exilio y entonces, se volvió hacia sus colegas eclesiásticos –entre ellos, un cardenal y un obispo asistente- para plantearles un desafío: en vez de vender sus conventos abandonados y monasterios vacíos, ¿por qué no los convierten en asilos para refugiados?

La audaz propuesta, seguida días después por el compromiso de reformar la administración del Vaticano, ha fijado el rumbo del papado hacia un violento choque con la curia romana (el término deriva del vocablo latino coviria –reunión de hombres- e incluye a obispos, sacerdotes y personal laico que se encarga de la administración de la Santa Sede).

La curia cumple varias funciones, desde suspender a los teólogos que se ha apartado de las enseñanzas de la Iglesia hasta designar a los miembros de la Guardia Suiza, y sus más de mil miembros –quienes, además, controlan una colosal fortuna- suelen ser reacios al cambio.

Renunciar al ingreso de la venta de importantes activos sería una medida radical para un grupo que el profesor Hans Kung describe como “los reaccionarios del corazón del Vaticano”. El teólogo alemán a quien, en 1979, la Congregación para la Propagación de la Fe (brazo de la curia) prohibió que enseñara teología católica, asegura que ese órgano “desea mantener elstatu quo” y evitar que Francisco “convierta en acciones sus palabras, tan llenas de misericordia y labor pastoral. El Papa tiene las cualidades necesarias para ser el capitán del barco que guiará a la Iglesia con el timón del Evangelio y no con el de una ley canónica medieval que pone énfasis en el absolutismo, el clericalismo y el celibato”.

Muchos concuerdan con Kung en que, bajo el mandato de Francisco, el Vaticano corre el riesgo de convertirse en un campo de batalla. “La curia lleva una existencia aislada, respira aires enrarecidos”, acusa Ottonelli, “mientras que este papa trabaja en las trincheras y sabe, por experiencia propia, qué desean los fieles y cómo acercarse a ellos. El choque es inevitable”.

Aunque Kung se muestra esperanzado: “La enorme credibilidad que ha generado, le dará fuerza contra la dictadura de la curia”.

Habituados a operar a la sombra, los burócratas del Vaticano no tienen dificultades para ocultar secretos –y crímenes. Los escándalos en torno de las visitas de clérigos a burdeles homosexuales y la implicación del Banco Vaticano en el lavado de dinero han asegurado a la curia una nefasta reputación al estilo Código Da Vinci.

“Tienen enorme interés en que las cosas sigan así”, comenta un observador del Vaticano, acerca de las teorías de conspiración sobre la muerte de Juan Pablo I, en 1978, a sólo 33 días de su investidura. “Ante la sospecha de oposición, eliminarán a cualquiera, incluso un papa”.

Francisco parece decidido a someter a la curia y para ello, ha designado un equipo para investigar al Banco Vaticano, mientras que ocho cardenales se harán cargo de reformar la curia. La medida ocasionó las esperadas “murmuraciones de inquietud dentro del Vaticano”, según Figueiredo, pero fue celebrada por el profesor Alberto Melloni, historiador eclesiástico de la Universidad de Módena, como “la acción más importante en los últimos 10 siglos de historia de la Iglesia”.

“Francisco cree en el cambio por comité”, explica el padre Gerard Whelan, de la Universidad Gregoriana Pontificia de Roma, y agrega que el pontífice está dejando aflorar su naturaleza jesuita. “Confía en el proceso consultivo, que está profundamente arraigado en el sistema jesuita. Escuchar y prestar servicio en los comités, son características fundamentales de la orden”.

El mes pasado, Francisco ordenó a los obispos católicos de todo el mundo que solicitaran la opinión de sus parroquianos sobre asuntos muy diversos, desde el control de la natalidad hasta el divorcio. La consulta “no significa que la Iglesia sea una democracia parlamentaria” aclara Whelan y Francisco no tiene intención de modificar la doctrina para complacer a la mayoría.

“No hay duda de que es doctrinariamente conservador, como demostró en sus pronunciamientos sobre la ordenación de mujeres y el aborto”, agrega Whelan. No obstante, otra cosa son temas como el de los divorciados que vuelven a casarse. “Abordará esos asuntos creando un gran sínodo participativo”.

La experiencia de Francisco como jesuita bonaerense fue el fundamento de su fe en la consulta y también moldeó su visión de la misión de la Iglesia, que ya empieza a causar controversia.

El papa –entonces llamado Jorge Mario Bergoglio- tenía 37 años cuando fue elegido para dirigir a los jesuitas de Buenos Aires. “Era carismático y a la vez arrogante, autocrático y difícil”, revela su biógrafo, Paul Vallely. Más tarde, el propio Bergoglio confesaría haber cometido “cientos de errores” en aquellos días.

Uno de ellos fue retirar el apoyo de la orden a dos jesuitas que trabajaban en las barriadas porteñas. Orlando Yorio y Francisco Jalics habían abrazado la Teología de la Liberación, la cual exigía que la Iglesia mejorara sustancialmente la condición política y económica de los pobres, además de promover su vida espiritual.

No obstante, Juan Pablo II y Benedicto XVI consideraban dicha filosofía como una versión disfrazada del marxismo –y lo mismo pensaba la junta militar de derecha que se hizo con el poder en 1976, lanzando la Guerra Sucia en Argentina, durante la cual “desaparecieron” más de 30 mil personas. Por ello, cuando Bergoglio se lavó las manos de Yorio y Jalics, los condenó a la tortura y el encarcelamiento.

Al investigar el incidente para su libro Pope Francis – Untying the Knots, Vallely encontró testigos en Argentina que afirmaban que el arrepentido Bergoglio trabajó infatigablemente para liberar a los dos sacerdotes, mas sus cofrades jesuitas jamás volvieron a confiar en él y al concluir su mandato, fue desterrado a Alemania y luego, a Córdoba, la segunda ciudad de Argentina.

Allí, según Vallely, Bergoglio emprendió un retiro de 30 días en el cual se sometió al rigor de los ejercicios espirituales ideados por San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, la orden jesuita.

En 1992 regresó a la capital argentina como un hombre nuevo. Trabajó en las barriadas y organizó a los pobres que vivían en los botaderos de la ciudad para formar un sindicato. Cuando fue nombrado arzobispo de Buenos Aires, había “aprendido humildad”, dice Vallely, convirtiéndose en el “defensor de los pobres”.

Algunos –incluido Vallely- dieron enorme importancia a la reunión, el verano pasado, entre el Papa y el peruano Gustavo Gutiérrez, fundador de la Teología de la Liberación, pues pareció que Francisco, al fin, daba entrada al activista radical e igualitario que los pontífices polaco y alemán, criados a la sombra del comunismo soviético, rechazaron tajantemente.

Sin embargo, el exhorto apostólico pontificio, Evangelii Gaudium, no disipó en ninguna forma esa impresión. De hecho, el documento de 288 páginas establecía la caridad como el imperativo moral por excelencia para la conciencia católica, denunciaba la creciente brecha entre ricos y pobres, y condenaba duramente al sistema capitalista que la había abierto.

Esa desigualdad, argumenta Francisco, se fundamenta en la errónea suposición de que “el crecimiento económico, fomentado por un mercado libre, inevitablemente traerá consigo mayor justicia e inclusión en el mundo. Esa opinión, jamás confirmada por los hechos, expresa una burda e ingenua confianza en la bondad de quienes esgrimen el poder económico y en el sacralizado funcionamiento del sistema económico prevaleciente”.

Peggy Noonan, decana de los columnistas políticos conservadores de Estados Unidos, interpretó aquello como un “llamado revolucionario a la santidad”, pero otros creyeron escuchar una alarma.

Sarah Palin dijo que “quedó atónica” con el mensaje “liberal” del pontífice, pero después se vio forzada a disculparse. Rush Limbaugh arremetió contra la declaración del Papa calificándola de “marxismo puro”, impresión que compartió The Economist: “Francisco es sutil y reflexivo al abordar muchos otros temas”, comentó Bruce Clark, editor del blog religioso de la revista, “mas sus opiniones sobre economía no están bien pensadas”.

Si el Papa busca ser juzgado por sus enemigos, ciertamente va en la dirección correcta. Quizá no sea socialista, pero está dispuesto a utilizar todo el poder de que dispone para hacer del mundo un lugar más compasivo, y no tiene miedo de pisar los callos a los intereses creados que se crucen en su camino.

Con todo, el debate sobre el papa Francisco no se limita a la economía; se extiende al corazón mismo de las enseñanzas católicas: ¿Para qué sirve la Iglesia? ¿Sus sacerdotes son enaltecidos trabajadores sociales que ayudan a los vulnerables y marginados? ¿O bien, son guías espirituales que, a través de la liturgia y los ritos, promueven la salvación del individuo?

Es un reconocimiento a Francisco que, de pronto, las respuestas a esas interrogantes dominen la atención de reporteros estadounidenses y economistas británicos, así como de la comunidad católica.

Una Iglesia que caía lentamente en la irrelevancia emerge, repentinamente, en el centro de un debate fundamental sobre políticas sociales y económicas, y todo gracias a un hombre carismático que deleita y desconcierta en igual medida.

Gran parte del mundo apuesta porque Francisco obre milagros en la curia para crear una Iglesia más abierta a la crítica y mejor dispuesta al cambio. Algunos pensarán que es una ambición excesiva, pero al recordar los horrores que han salido de las sombras y los inocentes defraudados por la complacencia y el secreto, son pocos los católicos que pueden decir, sinceramente, que la Iglesia no necesita una reforma, mientras que casi todos creen que Francisco fue enviado para ese propósito.

No hace falta socialismo para que Francisco transforme la institución que encabeza. Lo que se necesita es un milagro. 

Tomado de: Newsweek en español.
Escrito por: Cristina Odone

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Agradecimientos

Gracias a todos, deseo que en este año 2013, llega la luz a nuestros corazones y que la armonia y felicidad perdure siempre.